
Aunque hay tantas cosas que se disfrutan, a mí me siguen maravillando las súper frases de marketing que emplean, de todas las que he escuchado esta mañana me voy a quedar con la del tenderete de tropecientas mil bailarinas de todos los colores, tamaños, metalizadas y con lunares (que es lo que se lleva, oiga) donde a grito artístico decía la gitana (porque estas gritos con arte sólo lo tienen las gitanas de los puestos, para qué vamos a engañarnos):
¡La comodidad, tengo la comodidad, llévate la comodidad puesta guaaaaapa!.
No hay mercadillo bueno con “la calor murciana” que no tenga su número fijo de lipotimias, yo cada vez que voy me encuentro con alguna, hoy tocaba señora de cincuenta a sesenta años, cojín del puesto de enfrente bajo la cabeza, tumbada en el suelo, policía arrodillado hablando por el talkie y marido elevándole algo las piernas, que intentaba poner orden en el corrillo de mercaderes (dícese de los dueños de los puestos que dejan al chavalín atendiendo y se van a hablar con los colegas de puestos vecinos) que tenía formado, un par de ellos haciendo como aire con un cartón de esos de “1,50 €/kilo” y la mayoría haciendo diagnósticos diferenciales al más puro estilo House... tanto alboroto estaban formando (por la disparidad de las conclusiones sintomáticas) que el angustiado marido les ha espetado:
“¡Cuánto médico, cuánto médico, la virgen santa, no sé yo qué hacéis vendiendo en los mercaos!”.
Ahora bien, los mercadillos y el inglés les están jugando malas pasadas a un buen sector de la población, sirva como ejemplo, sin ir más lejos, la señora rubia permanentada y muy peripuesta que acompañada de su venerable marido, de cabellera blanca y chaqueta de señor marqués metido a portador de bolsas mil, lucía en su estupenda camiseta roja el siguiente slogan lentejueloso: “I HATE HIM” (para los aidonespikinglis: “LO ODIO (a él)”, eso sí, la camiseta con sus correspondientes hombreras, la elegancia que no se pierda.